PERSONAJES EN LA HISTORIA DE LAS MATEMÁTICAS
Pitágoras
(isla de Samos, actual Grecia, h. 572
a.C.-Metaponto, hoy desaparecida, actual Italia, h. 497 a.C.) Filósofo y matemático
griego. Se tienen pocas noticias de la biografía de Pitágoras que puedan
considerarse fidedignas, ya que su condición de fundador de una secta religiosa
propició la temprana aparición de una tradición legendaria en torno a su
persona.Parece seguro que Pitágoras fue hijo de Mnesarco y que la primera parte
de su vida la pasó en Samos, la isla que probablemente abandonó unos años antes
de la ejecución de su tirano Polícrates, en el 522 a.C. Es posible que viajara
entonces a Mileto, para visitar luego Fenicia y Egipto; en este último país,
cuna del conocimiento esotérico, se le atribuye haber estudiado los misterios,
así como geometría y astronomía. Algunas fuentes dicen que Pitágoras marchó
después a Babilonia con Cambises, para aprender allí los conocimientos
aritméticos y musicales de los sacerdotes. Se habla también de viajes a Delos,
Creta y Grecia antes de establecer, por fin, su famosa escuela en Crotona,
donde gozó de considerable popularidad y poder. La comunidad liderada por Pitágoras
acabó, plausiblemente, por convertirse en una fuerza política aristocratizante
que despertó la hostilidad del partido demócrata, de lo que derivó una revuelta
que obligó a Pitágoras a pasar los últimos años de su vida en Metaponto. La
comunidad pitagórica estuvo seguramente rodeada de misterio; parece que los
discípulos debían esperar varios años antes de ser presentados al maestro y
guardar siempre estricto secreto acerca de las enseñanzas recibidas. Las
mujeres podían formar parte de la cofradía; la más famosa de sus adheridas fue
Teano, esposa quizá del propio Pitágoras y madre de una hija y de dos hijos del
filósofo. El pitagorismo fue un estilo de vida, inspirado en un ideal ascético
y basado en la comunidad de bienes, cuyo principal objetivo era la purificación
ritual (catarsis) de sus miembros a través del cultivo de un saber en el que la
música y las matemáticas desempeñaban un papel importante. El camino de ese
saber era la filosofía, término que, según la tradición, Pitágoras fue el
primero en emplear en su sentido literal de «amor a la sabiduría». También se
atribuye a Pitágoras haber transformado las matemáticas en una enseñanza
liberal mediante la formulación abstracta de sus resultados, con independencia
del contexto material en que ya eran conocidos algunos de ellos; éste es, en
especial, el caso del famoso teorema que lleva su nombre y que establece la relación
entre los lados de un triángulo rectángulo, una relación de cuyo uso práctico
existen testimonios procedentes de otras civilizaciones anteriores a la griega.
Eratóstenes
(Cirene, c. 284 a.J.C. - Alejandría, c. 192
a.J.C.) Astrónomo, geógrafo, matemático y filósofo griego, una de las figuras
más eminentes del gran siglo de la ciencia griega: el de Euclides, Arquímedes y
Apolonio. Once años menor que Arquímedes, mantuvo con éste relaciones de
amistad y correspondencia científica. Cultivó no sólo las ciencias, sino
también la poesía, la filología y la filosofía, por lo que fue llamado por sus
coetáneos "pentatleta", o sea campeón de muchas especialidades.
Vivió en
Atenas hasta que fue llamado a Alejandría (245 a.J.C.) para educar a los hijos
de Tolomeo III y para dirigir la biblioteca de la ciudad. Fue célebre en
matemáticas por la criba que lleva su nombre, utilizada para hallar los números
primos, y por su mesolabio, instrumento de cálculo usado para resolver la media
proporcional. Consideró tan importante la invención del mesolabio que regaló un
ejemplar de él a un templo como ofrenda votiva, con un texto en verso que
explicaba su utilidad. Pero Eratóstenes es particularmente recordado por haber
establecido por primera vez la longitud de la circunferencia de la Tierra
(252.000 estadios, equivalentes a 40.000 kilómetros) con un error de sólo 90
kilómetros respecto a las estimaciones actuales. Eratóstenes sabía que, cuando
en la ciudad egipcia de Siene (actual Asuán), el Sol llegaba su punto más alto
(mediodía), se encontraba en la vertical del observador. Y observó que en
Alejandría, ciudad situada a mayor latitud, el Sol formaba un ángulo de
aproximadamente 70º con la vertical cuando se encontraba en su punto más alto.
Valiéndose de la distancia existente entre Siene y Alejandría, estimó que la
circunferencia de la Tierra superaba en 70 veces tal longitud y dedujo
fácilmente su medida mediante una cualificada ecuación. También calculó la
oblicuidad de la eclíptica por medio de la observación de las diferencias
existentes entre las altitudes del Sol durante los solsticios de verano e
invierno, y además elaboró el primer mapa del mundo basado en meridianos de
longitud y paralelos de latitud. Al final de su vida se quedó ciego, lo que le
llevó al suicidio ante la imposibilidad de proseguir con sus lecturas.
Newton
Científico
inglés (Woolsthorpe, Lincolnshire, 1642 - Londres, 1727). Hijo póstumo y
prematuro, su madre preparó para él un destino de granjero; pero finalmente se
convenció del talento del muchacho y le envió a la Universidad de Cambridge, en
donde hubo de trabajar para pagarse los estudios. Allí Newton no destacó
especialmente, pero asimiló los conocimientos y principios científicos de
mediados del siglo XVII, con las innovaciones introducidas por Galileo, Bacon,
Descartes, Kepler y otros. Tras su graduación en 1665, Isaac Newton se orientó
hacia la investigación en Física y Matemáticas, con tal acierto que a los 29
años ya había formulado teorías que señalarían el camino de la ciencia moderna
hasta el siglo XX; por entonces ya había obtenido una cátedra en su universidad
(1669). Suele considerarse a Isaac Newton uno de los protagonistas principales
de la llamada «Revolución científica» del siglo XVII y, en cualquier caso, el
padre de la mecánica moderna. No obstante, siempre fue remiso a dar publicidad
a sus descubrimientos, razón por la que muchos de ellos se conocieron con años
de retraso. Newton coincidió con Leibniz en el descubrimiento del cálculo
integral, que contribuiría a una profunda renovación de las Matemáticas;
también formuló el teorema del binomio (binomio de Newton). Pero sus
aportaciones esenciales se produjeron en el terreno de la Física. Sus primeras
investigaciones giraron en torno a la óptica: explicando la composición de la
luz blanca como mezcla de los colores del arco iris, Isaac Newton formuló una
teoría sobre la naturaleza corpuscular de la luz y diseñó en 1668 el primer
telescopio de reflector, del tipo de los que se usan actualmente en la mayoría
de los observatorios astronómicos; más tarde recogió su visión de esta materia
en la obra Óptica (1703). También trabajó en otras áreas, como la termodinámica
y la acústica; pero su lugar en la historia de la ciencia se lo debe sobre todo
a su refundación de la mecánica. En su obra más importante, Principios
matemáticos de la filosofía natural (1687), formuló rigurosamente las tres
leyes fundamentales del movimiento: la primera ley de Newton o ley de la
inercia, según la cual todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento
rectilíneo uniforme si no actúa sobre él ninguna fuerza; la segunda o principio
fundamental de la dinámica, según el cual la aceleración que experimenta un
cuerpo es igual a la fuerza ejercida sobre él dividida por su masa; y la
tercera, que explica que por cada fuerza o acción ejercida sobre un cuerpo
existe una reacción igual de sentido contrario.
Ruffini
(Valentano, 1765 - Módena, 1822) Matemático y
médico italiano. Nacido en Valentano, ciudad que pertenecía entonces a los
Estados Pontificios, cursó estudios de medicina en la Universidad de Módena,
pero una vez finalizados se dedicó casi por entero a la investigación
matemática. Desde 1787 ejerció la
docencia como profesor de matemáticas en la Universidad de Módena. Ganó la
cátedra de análisis de la escuela militar de esta ciudad, que hubo de abandonar
en 1798 al ser expulsado por negarse a pronunciar el juramento de fidelidad a
la República Cisalpina creada por Napoleón Bonaparte. Fue restituido en su
puesto por las tropas austriacas un año más tarde. Tras recuperar sus dominios,
el duque de Módena le nombró rector de la Universidad de Módena (1814), en la
que ocupó las cátedras de clínica médica, medicina práctica y matemáticas
aplicadas. Paolo Ruffini es conocido como el descubridor
del llamado método de Ruffini que permite hallar los coeficientes del polinomio
que resulta de la división de un polinomio cualquiera por el binomio x-a. Sin
embargo, no fue ésta su mayor contribución al desarrollo de la matemática.
Hacia 1805 elaboró una demostración de la imposibilidad de la solución general
de las ecuaciones algebraicas de grados quinto y superiores, aunque cometió
ciertas inexactitudes que serían corregidas por el matemático noruego Niels
Henrik Abel. Resultado del trabajo de ambos matemáticos es
el llamado teorema de Abel-Ruffini, que demuestra definitivamente esa
imposibilidad. También elaboró un pequeño tratado en el que anticipó la teoría
de grupos que sería desarrollada por Galois y Cauchy, y estudió el tifus
durante la epidemia de 1817. Entre sus obras destaca su Teoría general de las
ecuaciones (1798).
Tales de
Mileto
(Mileto, actual Turquía, 624 a.C.-?, 548
a.C.) Filosófo y matemático griego. En su juventud viajó a Egipto, donde
aprendió geometría de los sacerdotes de Menfis, y astronomía, que
posteriormente enseñaría con el nombre de astrosofía. Dirigió en Mileto una
escuela de náutica, construyó un canal para desviar las aguas del Halis y dio
acertados consejos políticos. Fue maestro de Pitágoras y Anaxímenes, y
contemporáneo de Anaximandro.Fue el primer filósofo griego que intentó dar una
explicación física del Universo, que para él era un espacio racional pese a su
aparente desorden. Sin embargo, no buscó un Creador en dicha racionalidad, pues
para él todo nacía del agua, la cual era el elemento básico del que estaban
hechas todas las cosas, pues se constituye en vapor, que es aire, nubes y éter;
del agua se forman los cuerpos sólidos al condensarse, y la Tierra flota en
ella. Tales se planteó la siguiente cuestión: si una sustancia puede
transformarse en otra, como un trozo de mineral azulado lo hace en cobre rojo,
¿cuál es la naturaleza de la sustancia, piedra, cobre, ambas? ¿Cualquier
sustancia puede transformarse en otra de forma que finalmente todas las
sustancias sean aspectos diversos de una misma materia? Tales consideraba que
esta última cuestión sería afirmativa, puesto que de ser así podría
introducirse en el Universo un orden básico; quedaba determinar cuál era
entonces esa materia o elemento básico. Finalmente pensó que era el agua, pues
es la que se encuentra en mayor cantidad, rodea la Tierra, impregna la
atmósfera en forma de vapor, corre a través de los continentes y la vida no es
posible sin ella. La Tierra, para él, era un disco plano cubierto por la
semiesfera celeste flotando en un océano infinito. Esta tesis sobre la
existencia de un elemento del cual estaban formadas todas las sustancias cobró
gran aceptación entre filósofos posteriores, a pesar de que no todos ellos
aceptaron que el agua fuera tal elemento. Lo importante de su tesis es la
consideración de que todo ser proviene de un principio originario, sea el agua,
sea cualquier otro. El hecho de buscarlo de una forma científica es lo que le
hace ser considerado como el "padre de la filosofía". En geometría, y
en base a los conocimientos adquiridos en Egipto, elaboró un conjunto de
teoremas generales y de razonamientos deductivos a partir de estos. Todo ello
fue recopilado posteriormente por Euclides en su obra Elementos, pero se debe a
Tales el mérito de haber introducido en Grecia el interés por los estudios
geométricos. Ninguno de sus escritos ha llegado hasta nuestros días; a pesar de
ello, son muy numerosas las aportaciones que a lo largo de la historia, desde
Herodoto, Jenófanes o Aristóteles, se le han atribuido. Aristóteles consideró a
Tales como el primero en sugerir un único sustrato formativo de la materia;
además, en su intención de explicar la naturaleza por medio de la
simplificación de los fenómenos observables y la búsqueda de causas en el mismo
entorno natural, Tales fue uno de los primeros en trascender el tradicional
enfoque mitológico que había caracterizado la filosofía griega de siglos
anteriores.
Galileo
Galileo
Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Lo poco que, a través de
algunas cartas, se conoce de su madre, Giulia Ammannati di Pescia, no compone
de ella una figura demasiado halagüeña. Su padre, Vincenzo Galilei, era
florentino y procedía de una familia que tiempo atrás había sido ilustre;
músico de vocación, las dificultades económicas lo habían obligado a dedicarse
al comercio, profesión que lo llevó a instalarse en Pisa. Hombre de amplia
cultura humanista, fue un intérprete consumado y un compositor y teórico de la
música, cuyas obras sobre el tema gozaron de una cierta fama en la época. De él
hubo de heredar Galileo no sólo el gusto por la música (tocaba el laúd), sino
también el carácter independiente y el espíritu combativo, y hasta puede que el
desprecio por la confianza ciega en la autoridad y el gusto por combinar la
teoría con la práctica. Galileo fue el primogénito de siete hermanos de los que
tres (Virginia, Michelangelo y Livia) hubieron de contribuir, con el tiempo, a
incrementar sus problemas económicos. En 1574 la familia se trasladó a
Florencia y Galileo fue enviado un tiempo al monasterio de Santa Maria di
Vallombrosa, como alumno o quizá como novicio. En 1581 Galileo ingresó en la
Universidad de Pisa, donde se matriculó como estudiante de medicina por
voluntad de su padre. Cuatro años más tarde, sin embargo, abandonó la
universidad sin haber obtenido ningún título, aunque con un buen conocimiento
de Aristóteles. Entretanto, se había producido un hecho determinante en su
vida: su iniciación en las matemáticas, al margen de sus estudios
universitarios, y la consiguiente pérdida de interés por su carrera como
médico. De vuelta en Florencia en 1585, Galileo pasó unos años dedicado al
estudio de las matemáticas, aunque interesado también por la filosofía y la
literatura (en la que mostraba sus preferencias por Ariosto frente a Tasso); de
esa época data su primer trabajo sobre el baricentro de los cuerpos -que luego
recuperaría, en 1638, como apéndice de la que habría de ser su obra científica
principal- y la invención de una balanza hidrostática para la determinación de
pesos específicos, dos contribuciones situadas en la línea de Arquímedes, a
quien Galileo no dudaría en calificar de «sobrehumano». Tras dar algunas clases
particulares de matemáticas en Florencia y en Siena, trató de obtener un empleo
regular en las universidades de Bolonia, Padua y en la propia Florencia. En
1589 consiguió por fin una plaza en el Estudio de Pisa, donde su descontento
por el paupérrimo sueldo percibido no pudo menos que ponerse de manifiesto en
un poema satírico contra la vestimenta académica. En Pisa compuso Galileo un
texto sobre el movimiento, que mantuvo inédito, en el cual, dentro aún del
marco de la mecánica medieval, criticó las explicaciones aristotélicas de la
caída de los cuerpos y del movimiento de los proyectiles; en continuidad con
esa crítica, una cierta tradición historiográfica ha forjado la anécdota (hoy
generalmente considerada como inverosímil) de Galileo refutando materialmente a
Aristóteles mediante el procedimiento de lanzar distintos pesos desde lo alto
del Campanile, ante las miradas contrariadas de los peripatéticos... En 1591 la
muerte de su padre significó para Galileo la obligación de responsabilizarse de
su familia y atender a la dote de su hermana Virginia. Comenzaron así una serie
de dificultades económicas que no harían más que agravarse en los años
siguientes; en 1601 hubo de proveer a la dote de su hermana Livia sin la
colaboración de su hermano Michelangelo, quien había marchado a Polonia con
dinero que Galileo le había prestado y que nunca le devolvió (por el contrario,
se estableció más tarde en Alemania, gracias de nuevo a la ayuda de su hermano,
y envió luego a vivir con él a toda su familia). La necesidad de dinero en esa
época se vio aumentada por el nacimiento de los tres hijos del propio Galileo:
Virginia (1600), Livia (1601) y Vincenzo (1606), habidos de su unión con Marina
Gamba, que duró de 1599 a 1610 y con quien no llegó a casarse. Todo ello hizo
insuficiente la pequeña mejora conseguida por Galileo en su remuneración al ser
elegido, en 1592, para la cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua por
las autoridades venecianas que la regentaban. Hubo de recurrir a las clases
particulares, a los anticipos e, incluso, a los préstamos. Pese a todo, la
estancia de Galileo en Padua, que se prolongó hasta 1610, constituyó el período
más creativo, intenso y hasta feliz de su vida. En Padua tuvo ocasión Galileo
de ocuparse de cuestiones técnicas como la arquitectura militar, la
castrametación, la topografía y otros temas afines de los que trató en sus
clases particulares. De entonces datan también diversas invenciones, como la de
una máquina para elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de
cálculo que expuso en su primera obra impresa: Le operazioni del compasso
geometrico e militare, 1606. Diseñado en un principio para resolver un problema
práctico de artillería, el instrumento no tardó en ser perfeccionado por
Galileo, que amplió su uso en la solución de muchos otros problemas. La
utilidad del dispositivo, en un momento en que no se habían introducido todavía
los logaritmos, le permitió obtener algunos ingresos mediante su fabricación y
comercialización. En 1602 Galileo reemprendió sus estudios sobre el movimiento,
ocupándose del isocronismo del péndulo y del desplazamiento a lo largo de un
plano inclinado, con el objeto de establecer cuál era la ley de caída de los
graves. Fue entonces, y hasta 1609, cuando desarrolló las ideas que treinta
años más tarde, constituirían el núcleo de sus Discorsi. En julio de 1609, de
visita en Venecia (para solicitar un aumento de sueldo), Galileo tuvo noticia
de un nuevo instrumento óptico que un holandés había presentado al príncipe
Mauricio de Nassau; se trataba del anteojo, cuya importancia práctica captó
Galileo inmediatamente, dedicando sus esfuerzos a mejorarlo hasta hacer de él
un verdadero telescopio. Aunque declaró haber conseguido perfeccionar el
aparato merced a consideraciones teóricas sobre los principios ópticos que eran
su fundamento, lo más probable es que lo hiciera mediante sucesivas tentativas
prácticas que, a lo sumo, se apoyaron en algunos razonamientos muy sumarios. Sea
como fuere, su mérito innegable residió en que fue el primero que acertó en
extraer del aparato un provecho científico decisivo. En efecto, entre diciembre
de 1609 y enero de 1610 Galileo realizó con su telescopio las primeras
observaciones de la Luna, interpretando lo que veía como prueba de la
existencia en nuestro satélite de montañas y cráteres que demostraban su
comunidad de naturaleza con la Tierra; las tesis aristotélicas tradicionales
acerca de la perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad
de los astros, quedaban puestas en entredicho. El descubrimiento de cuatro
satélites de Júpiter contradecía, por su parte, el principio de que la Tierra
tuviera que ser el centro de todos los movimientos que se produjeran en el
cielo. En cuanto al hecho de que Venus presentara fases semejantes a las
lunares, que Galileo observó a finales de 1610, le pareció que aportaba una
confirmación empírica al sistema heliocéntrico de Copérnico, ya que éste, y no
el de Tolomeo, estaba en condiciones de proporcionar una explicación para el
fenómeno.
Ansioso
de dar a conocer sus descubrimientos, Galileo redactó a toda prisa un breve
texto que se publicó en marzo de 1610 y que no tardó en hacerle famoso en toda
Europa: el Sidereus Nuncius, el 'mensajero sideral' o 'mensajero de los
astros', aunque el título permite también la traducción de 'mensaje', que es el
sentido que Galileo, años más tarde, dijo haber tenido en mente cuando se le
criticó la arrogancia de atribuirse la condición de embajador celestial. El
libro estaba dedicado al gran duque de Toscana Cósimo II de Médicis y, en su
honor los satélites de Júpiter recibían allí el nombre de «planetas Medíceos».
Con ello se aseguró Galileo su nombramiento como matemático y filósofo de la
corte toscana y la posibilidad de regresar a Florencia, por la que venía
luchando desde hacía ya varios años. El empleo incluía una cátedra honoraria en
Pisa, sin obligaciones docentes, con lo que se cumplía una esperanza largamente
abrigada y que le hizo preferir un monarca absoluto a una república como la
veneciana, ya que, como él mismo escribió, «es imposible obtener ningún pago de
una república, por espléndida y generosa que pueda ser, que no comporte alguna
obligación; ya que, para conseguir algo de lo público, hay que satisfacer al
público». El 1611 un jesuita alemán, Christof Scheiner, había observado las
manchas solares publicando bajo seudónimo un libro acerca de las mismas. Por
las mismas fechas Galileo, que ya las había observado con anterioridad, las
hizo ver a diversos personajes durante su estancia en Roma, con ocasión de un
viaje que se calificó de triunfal y que sirvió, entre otras cosas, para que
Federico Cesi le hiciera miembro de la Accademia dei Lincei que él mismo había
fundado en 1603 y que fue la primera sociedad científica de una importancia
perdurable. Bajo sus auspicios se publicó en 1613 la Istoria e dimostrazione
interno alle macchie solari, donde Galileo salía al paso de la interpretación
de Scheiner, quien pretendía que las manchas eran un fenómeno extrasolar
(«estrellas» próximas al Sol, que se interponían entre éste y la Tierra). El
texto desencadenó una polémica acerca de la prioridad en el descubrimiento, que
se prolongó durante años e hizo del jesuita uno de los más encarnizados
enemigos de Galileo, lo cual no dejó de tener consecuencias en el proceso que
había de seguirle la Inquisición. Por lo demás, fue allí donde, por primera y
única vez, Galileo dio a la imprenta una prueba inequívoca de su adhesión a la astronomía
copernicana, que ya había comunicado en una carta a Kepler en 1597. Ante los
ataques de sus adversarios académicos y las primeras muestras de que sus
opiniones podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad
eclesiástica, la postura adoptada por Galileo fue la de defender (en una carta
dirigida a mediados de 1615 a Cristina de Lorena) que, aun admitiendo que no
podía existir contradicción ninguna entre las Sagradas Escrituras y la ciencia,
era preciso establecer la absoluta independencia entre la fe católica y los
hechos científicos. Ahora bien, como hizo notar el cardenal Bellarmino, no
podía decirse que se dispusiera de una prueba científica concluyente en favor
del movimiento de la Tierra, el cual, por otra parte, estaba en contradicción
con las enseñanzas bíblicas; en consecuencia, no cabía sino entender el sistema
copernicano como hipotético. En este sentido, el Santo Oficio condenó el 23 de
febrero de 1616 al sistema copernicano como «falso y opuesto a las Sagradas
Escrituras», y Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las
teorías de Copérnico. Galileo, conocedor de que no poseía la prueba que
Bellarmino reclamaba, por más que sus descubrimientos astronómicos no le
dejaran lugar a dudas sobre la verdad del copernicanismo, se refugió durante
unos años en Florencia en el cálculo de unas tablas de los movimientos de los
satélites de Júpiter, con el objeto de establecer un nuevo método para el
cálculo de las longitudes en alta mar, método que trató en vano de vender al gobierno
español y al holandés. En 1618 se vio envuelto en una nueva polémica con otro
jesuita, Orazio Grassi, a propósito de la naturaleza de los cometas, que dio
como resultado un texto, Il Saggiatore (1623), rico en reflexiones acerca de la
naturaleza de la ciencia y el método científico, que contiene su famosa idea de
que «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». La obra,
editada por la Accademia dei Lincei, venía dedicada por ésta al nuevo papa
Urbano VIII, es decir, el cardenal Maffeo Barberini, cuya elección como
pontífice llenó de júbilo al mundo culto en general y, en particular, a
Galileo, a quien el cardenal había ya mostrado su afecto. La nueva situación
animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la cosmología
copernicana que ya había anunciado en 1610: el Dialogo sopra i due massimi
sistemi del mondo, tolemaico e copernicano; en ella, los puntos de vista
aristotélicos defendidos por Simplicio se confrontaban con los de la nueva
astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo moderado por la bona mens
de Sagredo. Aunque la obra fracasó en su intento de estar a la altura de las
exigencias expresadas por Bellarmino, ya que aportaba, como prueba del movimiento
de la Tierra, una explicación falsa de las mareas, la inferioridad de Simplicio
ante Salviati era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un
proceso a Galileo, pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar
el libro en 1632. Iniciado el 12 de abril de 1633, el proceso terminó con la
condena a prisión perpetua, pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su
retractación formal. La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en
su quinta de Arcetri, cercana al convento donde en 1616 y con el nombre de sor
Maria Celeste había ingresado su hija más querida, Virginia, que falleció en
1634. En su retiro, donde a la aflicción moral se sumaron las del artritismo y
la ceguera, Galileo consiguió completar la última y más importante de sus
obras: los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nueve scienze,
publicado en Leiden por Luis Elzevir en 1638. En ella, partiendo de la
discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, Galileo sentó
las bases físicas y matemáticas para un análisis del movimiento, que le
permitió demostrar las leyes de caída de los graves en el vacío y elaborar una
teoría completa del disparo de proyectiles. La obra estaba destinada a
convertirse en la piedra angular de la ciencia de la mecánica construida por
los científicos de la siguiente generación, con Newton a la cabeza. En la
madrugada del 8 al 9 de enero de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado
por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a los
cuales se les había permitido convivir con él los últimos años.
Gauss
(Brunswick, actual Alemania, 1777 - Gotinga,
id., 1855) Matemático, físico y astrónomo alemán. Nacido en el seno de una
familia humilde, desde muy temprana edad Karl Friedrich Gauss dio muestras de
una prodigiosa capacidad para las matemáticas (según la leyenda, a los tres
años interrumpió a su padre cuando estaba ocupado en la contabilidad de su
negocio para indicarle un error de cálculo), hasta el punto de ser recomendado
al duque de Brunswick por sus profesores de la escuela primaria. El duque le proporcionó asistencia financiera en sus estudios
secundarios y universitarios, que efectuó en la Universidad de Gotinga entre
1795 y 1798. Su tesis doctoral (1799) versó sobre el teorema fundamental del
álgebra (que establece que toda ecuación algebraica de coeficientes complejos
tiene soluciones igualmente complejas), que Gauss demostró. En 1801 Gauss publicó una obra destinada a influir de forma
decisiva en la conformación de la matemática del resto del siglo, y
particularmente en el ámbito de la teoría de números, las Disquisiciones
aritméticas, entre cuyos numerosos hallazgos cabe destacar: la primera prueba
de la ley de la reciprocidad cuadrática; una solución algebraica al problema de
cómo determinar si un polígono regular de n lados puede ser construido de
manera geométrica (sin resolver desde los tiempos de Euclides); un tratamiento exhaustivo
de la teoría de los números congruentes; y numerosos resultados con números y
funciones de variable compleja (que volvería a tratar en 1831, describiendo el
modo exacto de desarrollar una teoría completa sobre los mismos a partir de sus
representaciones en el plano x, y) que marcaron el punto de partida de la
moderna teoría de los números algebraicos. Su fama
como matemático creció considerablemente ese mismo año, cuando fue capaz de
predecir con exactitud el comportamiento orbital del asteroide Ceres, avistado
por primera vez pocos meses antes, para lo cual empleó el método de los mínimos
cuadrados, desarrollado por él mismo en 1794 y aún hoy día la base
computacional de modernas herramientas de estimación astronómica. En 1807 aceptó el puesto de profesor de astronomía en el
Observatorio de Gotinga, cargo en el que permaneció toda su vida. Dos años más
tarde, su primera esposa, con quien había contraído matrimonio en 1805,
falleció al dar a luz a su tercer hijo; más tarde se casó en segundas nupcias y
tuvo tres hijos más. En esos años Gauss maduró sus ideas sobre geometría no
euclidiana, esto es, la construcción de una geometría lógicamente coherente que
prescindiera del postulado de Euclides de las paralelas; aunque no publicó sus
conclusiones, se adelantó en más de treinta años a los trabajos posteriores de
Lobachewski y Bolyai. Alrededor de 1820, ocupado en la correcta
determinación matemática de la forma y el tamaño del globo terráqueo, Gauss
desarrolló numerosas herramientas para el tratamiento de los datos
observacionales, entre las cuales destaca la curva de distribución de errores
que lleva su nombre, conocida también con el apelativo de distribución normal y
que constituye uno de los pilares de la estadística. Otros resultados asociados a su interés por la geodesia son la
invención del heliotropo, y, en el campo de la matemática pura, sus ideas sobre
el estudio de las características de las superficies curvas que, explicitadas
en su obra Disquisitiones generales circa superficies curvas (1828), sentaron
las bases de la moderna geometría diferencial. También mereció su atención el
fenómeno del magnetismo, que culminó con la instalación del primer telégrafo
eléctrico (1833). Íntimamente relacionados con sus investigaciones sobre dicha
materia fueron los principios de la teoría matemática del potencial, que
publicó en 1840. Otras áreas de la física que Gauss estudió
fueron la mecánica, la acústica, la capilaridad y, muy especialmente, la
óptica, disciplina sobre la que publicó el tratado Investigaciones dióptricas
(1841), en las cuales demostró que un sistema de lentes cualquiera es siempre
reducible a una sola lente con las características adecuadas. Fue tal vez la
última aportación fundamental de Karl Friedrich Gauss, un científico cuya profundidad
de análisis, amplitud de intereses y rigor de tratamiento le merecieron en vida
el apelativo de «príncipe de los matemáticos».
Euclides
(330 a.C. - 275 a.C.) Matemático griego. Junto con Arquímedes y
Apolonio de Perga, posteriores a él, Euclides fue pronto incluido en la tríada
de los grandes matemáticos de la Antigüedad. Sin embargo, a la luz de la
inmensa influencia que su obra ejercería a lo largo de la historia, hay que
considerarlo también como uno de los más ilustres de todos los tiempos. Pese a que realizó aportaciones y
correcciones de relieve, Euclides ha sido visto a veces como un mero compilador
del saber matemático griego. En realidad, el gran mérito de Euclides reside en
su labor de sistematización: partiendo de una serie de definiciones, postulados
y axiomas, estableció por rigurosa deducción lógica todo el armonioso edificio
de la geometría griega. Juzgada no sin motivo como uno de los más altos
productos de la razón humana y admirada como un sistema acabado y perfecto, la
geometría euclidiana mantendría su vigencia durante más de veinte siglos, hasta
la aparición, ya en el siglo XIX, de las llamadas geometrías no euclidianas. Poco se conoce a ciencia cierta de la
biografía de Euclides, pese a ser el matemático más famoso de la Antigüedad. Es
probable que se educara en Atenas, lo que permitiría explicar su buen
conocimiento de la geometría elaborada en la escuela de Platón, aunque no
parece que estuviera familiarizado con las obras de Aristóteles. Euclides enseñó en Alejandría, donde abrió
una escuela que acabaría siendo la más importante del mundo helénico, y alcanzó
un gran prestigio en el ejercicio de su magisterio durante el reinado de
Ptolomeo I Sóter, fundador de la dinastía ptolemaica que gobernaría Egipto
desde la muerte de Alejandro Magno hasta la ocupación romana. Se cuenta que el
rey lo requirió para que le mostrara un procedimiento abreviado para acceder al
conocimiento de las matemáticas, a lo que Euclides repuso que no existía una
vía regia para llegar a la geometría. Este epigrama, sin embargo, se atribuye
también al matemático Menecmo, como réplica a una demanda similar por parte de
Alejandro Magno. La
tradición ha conservado una imagen de Euclides como hombre de notable
amabilidad y modestia, y ha transmitido asimismo una anécdota relativa a su
enseñanza, recogida por Juan Estobeo: un joven principiante en el estudio de la
geometría le preguntó qué ganaría con su aprendizaje. Euclides le explicó que
la adquisición de un conocimiento es siempre valiosa en sí misma; y dado que el
muchacho tenía la pretensión de obtener algún provecho de sus estudios, ordenó
a un sirviente que le diera unas monedas. Euclides
fue autor de diversos tratados, pero su nombre se asocia principalmente a uno
de ellos, los Elementos, que rivaliza por su difusión con las obras más famosas
de la literatura universal, como la Biblia o el Quijote. Se trata, en esencia,
de una compilación de obras de autores anteriores (entre los que destaca
Hipócrates de Quíos), a las que superó de inmediato por su plan general y la
magnitud de su propósito. De los
trece libros que la componen, los seis primeros corresponden a lo que se
entiende todavía como geometría plana o elemental. En ellos Euclides recoge las
técnicas geométricas utilizadas por los pitagóricos para resolver lo que hoy se
consideran ejemplos de ecuaciones lineales y cuadráticas; se incluye también la
teoría general de la proporción, atribuida tradicionalmente a Eudoxo. Los libros del séptimo al décimo tratan de
cuestiones numéricas: las principales propiedades de la teoría de los números
(divisibilidad, números primos), los conceptos de conmensurabilidad de
segmentos a sus cuadrados y las cuestiones relacionadas con las transformaciones
de los radicales dobles. Los tres restantes se ocupan de la geometría de los
sólidos, hasta culminar en la construcción de los cinco poliedros regulares y
sus esferas circunscritas, que habían sido ya objeto de estudio por parte de
Teeteto. De las
restantes obras de Euclides sólo poseemos referencias o breves resúmenes de
comentaristas posteriores. Los tratados sobre los Lugares superficiales y las
Cónicas ya contenían, al parecer, algunos de los resultados expuestos
posteriormente por Apolonio de Perga. En los Porismas se desarrollan los
teoremas geométricos denominados actualmente de tipo proyectivo; de esta obra
sólo conservamos el resumen trazado por Pappo de Alejandría. En Óptica y
Catóptrica se estudiaban las leyes de la perspectiva, la propagación de la luz
y los fenómenos de reflexión y refracción. La
influencia posterior de los Elementos de Euclides fue decisiva; tras su
aparición, se adoptó de inmediato como libro de texto ejemplar en la enseñanza
inicial de la matemática, con lo cual se cumplió el propósito que debió de
inspirar a Euclides. Tras la caída del Imperio Romano, su obra fue preservada
por los árabes y de nuevo ampliamente divulgada a partir del Renacimiento. Más allá incluso del ámbito estrictamente
matemático, Euclides fue tomado como modelo, en su método y exposición, por
autores como Galeno, para la medicina, o Spinoza, para la ética. Ello sin
contar la multitud de filósofos y científicos de todas las épocas que, en su
búsqueda de sistemas explicativos de validez universal, tuvieron en mente el
admirable rigor lógico de la geometría de Euclides. De hecho, Euclides estableció lo que, a
partir de su contribución, había de ser la forma clásica de una proposición
matemática: un enunciado deducido lógicamente a partir de unos principios
previamente aceptados. En el caso de los Elementos, los principios que se toman
como punto de partida son veintitrés definiciones, cinco postulados y cinco
axiomas o nociones comunes. La
naturaleza y el alcance de dichos principios han sido objeto de frecuente
discusión a lo largo de la historia, en especial por lo que se refiere a los
postulados y, en particular, al quinto postulado, llamado de las paralelas.
Según este postulado, por un punto exterior a una recta sólo puede trazarse una
paralela a dicha recta. Su condición distinta respecto de los restantes
postulados fue ya percibida desde la misma Antigüedad, y hubo diversas
tentativas de demostrar el quinto postulado como teorema. Los esfuerzos por hallar una demostración resultaron
infructuosos y prosiguieron hasta el siglo XIX, cuando algunos trabajos
inéditos de Carl Friedrich Gauss (1777-1855) y las investigaciones del
matemático ruso Nikolai Lobachevski (1792-1856) evidenciaron que era posible
definir una geometría perfectamente consistente (la geometría hiperbólica) en
la que no se cumplía el quinto postulado. Se iniciaba así el desarrollo de las
geometrías no euclidianas, de entre las que destaca la geometría elíptica del
matemático alemán Bernhard Riemann (1826-1866), juzgada por Albert Einstein
como la que mejor representa el modelo de espacio-tiempo relativista.
Fibonacci
(Leonardo Bigollo, llamado también Leonardo Fibonacci, Leonardo
Pisano, Leonardo Bonacci o Fibonacci; Pisa, actual Italia, c. 1175 - id., c.
1240) Matemático italiano que difundió en Occidente los conocimientos
científicos del mundo árabe, los cuales recopiló en el Liber Abaci (Libro del
ábaco). Popularizó el uso de las cifras árabes y expuso los principios de la
trigonometría en su obra Practica Geometriae (Práctica de la geometría). Considerado
como el primer algebrista de Europa (cronológicamente hablando) y como el
introductor del sistema numérico árabe, fue educado de niño en Argelia, donde
su padre era funcionario de aduanas, y donde aprendió "el ábaco, al uso de
los indios". Después tuvo manera, por razones de tipo comercial, de
conocer todo lo que de esta ciencia se enseñaba en Egipto, en Siria, en Sicilia
y en Provenza. Al material así reunido le dio un orden, una unidad de método y
una claridad de enseñanza en el Liber Abaci (Libro del ábaco), que, como modelo
de texto universitario, sirvió también, por su caudal de ejemplos, para la
compilación de manuales de aritmética para uso de los comerciantes. Escrita en
1202 y ampliada en una segunda redacción en 1228, la obra contiene quince
capítulos; en el primero se expone la numeración de las nueve cifras que
Fibonacci llama "indias" y que, en efecto, son diez, porque es
necesario añadirles el cero "quod arabice zephirum apellatur"; en los
capítulos siguientes Leonardo expone nociones suficientes sobre el cálculo
digital, tablas de adición y multiplicación, mostrando su uso para realizar las
cuatro operaciones con cifras de considerable extensión, y dando a conocer los
criterios de divisibilidad por dos, por tres y hasta trece, reuniendo en
tablitas a propósito los resultados de las divisiones por estos números de
algunos enteros no superiores al 200. En el sexto y el séptimo capítulos trata
de las fracciones, del concepto y las aplicaciones del mínimo común múltiplo y
de una "tabula disgregationis" que, enseñando la descomposición de
buen número de fracciones ordinarias en fundamentales, revela la persistencia
de la logística egipcia. La segunda parte del libro, "Regla de
Álgebra", contiene las fórmulas para reconocer las ecuaciones de segundo
grado, con las demostraciones según el modo antiguo, mediante construcciones
geométricas, y numerosos problemas que se pueden resolver con ecuaciones o con
sistemas de ecuaciones reducibles a las de segundo grado. Este libro, que debe
considerarse como uno de los más importantes de aquella época por la influencia
que tuvo sobre la entonces renaciente conciencia científica occidental, le
procuró al autor vasta fama y llamó sobre él la atención del emperador Federico
II, que le invitó a su corte. En 1220 dio a luz Práctica de la geometría, donde
figuran una introducción vinculada a las proposiciones fundamentales de
Euclides, reglas para la medida de longitudes, áreas y volúmenes y la división
de las figuras, y las demostraciones de tales normas, con aplicaciones
concretas y desarrollos de cálculo que constituyen un útil complemento de la
obra anterior. Siguiendo el ejemplo de los maestros griegos, Leonardo Pisano
modeló esta obra al estilo de los Elementos de Euclides, y enseñando los procedimientos
a seguir cuando se quiere medir una superficie o un volumen o dividir una
figura dada en partes sujetas a condiciones propuestas, acompañó siempre su
enseñanza con demostraciones y cálculos debidamente desarrollados, a fin de
poner de relieve que habla realizado investigaciones semejantes a las
contenidas en la Métrica de Herón de Alejandría. Si bien esta obra de Fibonacci
tenía un carácter exclusivamente didáctico, hay que convenir que constituye uno
de los principales tratados geométricos de la Edad Media. Por otra parte se
encuentra en la misma obra una parte intermedia dedicada a una teoría
aritmética sobre los radicales cuadrados y cúbicos, aparte de un método para la
extracción de las raíces cuadrada y cúbica de un número dado. Merece también
destacarse en el libro de Fibonacci la exposición de los procedimientos ideados
por Arquitas, Platón y Herón de Alejandría para duplicar el cubo, problema que
junto con el de la cuadratura del círculo y la trisección del ángulo, sedujo
vanamente a generaciones enteras de estudiosos. Entre otros textos de Fibonacci
conocidos figura un comentario al libro de los Elementos de Euclides. Se sabe
también que compuso un Libro di merchatanti. Es asimismo célebre por el
descubrimiento de la denominada serie de Fibonacci, entre cuyas propiedades
cabe citar su recurrencia en numerosas formaciones orgánicas naturales.
Pascal
Einstein
Albert Einstein sigue siendo
una figura mítica de nuestro tiempo; más, incluso, de lo que llegó a serlo en
vida, si se tiene en cuenta que su imagen, en condición de póster y exhibiendo
un insólito gesto de burla, se ha visto elevada a la dignidad de icono
doméstico, junto a los ídolos de la canción y los astros de Hollywood. Sin embargo, no son su genio
científico ni su talla humana los que mejor lo explican como mito, sino,
quizás, el cúmulo de paradojas que encierra su propia biografía, acentuadas con
la perspectiva histórica. Al Einstein campeón del pacifismo se le recuerda aún
como al «padre de la bomba»; y todavía es corriente que se le atribuya la
demostración del principio de que «todo es relativo» a él, que luchó
encarnizadamente contra la posibilidad de que conocer la realidad significara
jugar con ella a la gallina ciega. Albert Einstein nació en la
ciudad bávara de Ulm el 14 de marzo de 1879. Fue el hijo primogénito de Hermann
Einstein y de Pauline Koch, judíos ambos, cuyas familias procedían de Suabia.
Al siguiente año se trasladaron a Munich, en donde el padre se estableció,
junto con su hermano Jakob, como comerciante en las novedades electrotécnicas
de la época. El pequeño Albert fue un niño quieto y ensimismado, que tuvo
un desarrollo intelectual lento. El propio Einstein atribuyó a esa lentitud el
hecho de haber sido la única persona que elaborase una teoría como la de la
relatividad: «un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el
espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto
lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un
desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio
y el tiempo hasta que he sido mayor». En 1894, las dificultades
económicas hicieron que la familia (aumentada desde 1881, por el nacimiento de
una hija, Maya) se trasladara a Milán; Einstein permaneció en Munich para
terminar sus estudios secundarios, reuniéndose con sus padres al año siguiente.
En el otoño de 1896, inició sus estudios superiores en la Eidgenossische
Technische Hochschule de Zurich, en donde fue alumno del matemático Hermann
Minkowski, quien posteriormente generalizó el formalismo cuatridimensional
introducido por las teorías de su antiguo alumno. El 23 de junio de 1902,
empezó a prestar sus servicios en la Oficina Confederal de la Propiedad
Intelectual de Berna, donde trabajó hasta 1909. En 1903, contrajo matrimonio
con Mileva Maric, antigua compañera de estudios en Zurich, con quien tuvo dos
hijos: Hans Albert y Eduard, nacidos respectivamente en 1904 y en 1910. En 1919
se divorciaron, y Einstein se casó de nuevo con su prima Elsa. Durante 1905, publicó cinco
trabajos en los Annalen der Physik: el primero de ellos le valió el grado de
doctor por la Universidad de Zurich, y los cuatro restantes acabaron por
imponer un cambio radical en la imagen que la ciencia ofrece del universo. De
éstos, el primero proporcionaba una explicación teórica, en términos
estadísticos, del movimiento browniano, y el segundo daba una interpretación
del efecto fotoeléctrico basada en la hipótesis de que la luz está integrada
por cuantos individuales, más tarde denominados fotones; los dos trabajos
restantes sentaban las bases de la teoría restringida de la relatividad,
estableciendo la equivalencia entre la energía E de una cierta cantidad de
materia y su masa m, en términos de la famosa ecuación E = mc², donde c es la
velocidad de la luz, que se supone constante. El esfuerzo de Einstein lo
situó inmediatamente entre los más eminentes de los físicos europeos, pero el
reconocimiento público del verdadero alcance de sus teorías tardó en llegar; el
Premio Nobel de Física, que se le concedió en 1921 lo fue exclusivamente «por
sus trabajos sobre el movimiento browniano y su interpretación del efecto
fotoeléctrico». En 1909, inició su carrera de docente universitario en Zurich,
pasando luego a Praga y regresando de nuevo a Zurich en 1912 para ser profesor
del Politécnico, en donde había realizado sus estudios. En 1914 pasó a Berlín
como miembro de la Academia de Ciencias prusiana. El estallido de la Primera
Guerra Mundial le forzó a separarse de su familia, por entonces de vacaciones
en Suiza y que ya no volvió a reunirse con él. Contra el sentir
generalizado de la comunidad académica berlinesa, Einstein se manifestó por
entonces abiertamente antibelicista, influido en sus actitudes por las
doctrinas pacifistas de Romain Rolland. En el plano científico, su actividad se
centró, entre 1914 y 1916, en el perfeccionamiento de la teoría general de la
relatividad, basada en el postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un
campo creado por la presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La
confirmación de sus previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse
solar del 29 de mayo; The Times lo presentó como el nuevo Newton y su fama
internacional creció, forzándole a multiplicar sus conferencias de divulgación
por todo el mundo y popularizando su imagen de viajero de la tercera clase de
ferrocarril, con un estuche de violín bajo el brazo. Durante la siguiente década,
Einstein concentró sus esfuerzos en hallar una relación matemática entre el
electromagnetismo y la atracción gravitatoria, empeñado en avanzar hacia el
que, para él, debía ser el objetivo último de la física: descubrir las leyes
comunes que, supuestamente, habían de regir el comportamiento de todos los
objetos del universo, desde las partículas subatómicas hasta los cuerpos
estelares. Tal investigación, que ocupó el resto de su vida, resultó
infructuosa y acabó por acarrearle el extrañamiento respecto del resto de la
comunidad científica. A partir de 1933, con el acceso de Hitler al poder, su
soledad se vio agravada por la necesidad de renunciar a la ciudadanía alemana y
trasladarse a Estados Unidos, en donde pasó los últimos veinticinco años de su
vida en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton, ciudad en la que
murió el 18 de abril de 1955. Einstein dijo una vez que la
política poseía un valor pasajero, mientras que una ecuación valía para toda la
eternidad. En los últimos años de su vida, la amargura por no hallar la fórmula
que revelase el secreto de la unidad del mundo hubo de acentuarse por la
necesidad en que se sintió de intervenir dramáticamente en la esfera de lo
político. En 1939, a instancias de los físicos Leo Szilard y Paul Wigner, y
convencido de la posibilidad de que los alemanes estuvieran en condiciones de
fabricar una bomba atómica, se dirigió al presidente Roosevelt instándole a
emprender un programa de investigación sobre la energía atómica. Luego de las explosiones de
Hiroshima y Nagasaki, se unió a los científicos que buscaban la manera de
impedir el uso futuro de la bomba y propuso la formación de un gobierno mundial
a partir del embrión constituido por las Naciones Unidas. Pero sus propuestas
en pro de que la humanidad evitara las amenazas de destrucción individual y
colectiva, formuladas en nombre de una singular amalgama de ciencia, religión y
socialismo, recibieron de los políticos un rechazo comparable a las críticas
respetuosas que suscitaron entre los científicos sus sucesivas versiones de la
idea de un campo unificado.
Arquímedes
(Siracusa, actual Italia, h. 287 a.C. - id., 212 a.C.) Matemático
griego. Los grandes progresos de las matemáticas y la astronomía del helenismo
son deudores, en buena medida, de los avances científicos anteriores y del
legado del saber oriental, pero también de las nuevas oportunidades que
brindaba el mundo helenístico. En los inicios de la época helenística se sitúa
Euclides, quien legó a la posteridad una prolífica obra de síntesis de los
conocimientos de su tiempo que afortunadamente se conservó casi íntegra y se
convirtió en un referente casi indispensable hasta la Edad Contemporánea. Pero
el más célebre y prestigioso matemático fue Arquímedes. Sus escritos, de los
que se han conservado una decena, son prueba elocuente del carácter
polifacético de su saber científico. Hijo del astrónomo Fidias, quien
probablemente le introdujo en las matemáticas, aprendió de su padre los
elementos de aquella disciplina en la que estaba destinado a superar a todos
los matemáticos antiguos, hasta el punto de aparecer como prodigioso,
"divino", incluso para los fundadores de la ciencia moderna.
Sus
estudios se perfeccionaron en aquel gran centro de la cultura helenística que
era la Alejandría de los Tolomeos, en donde Arquímedes fue, hacia el año 243
a.C., discípulo del astrónomo y matemático Conón de Samos, por el que siempre
tuvo respeto y admiración. Allí, después de aprender la no despreciable cultura
matemática de la escuela (hacía poco que había muerto el gran Euclides),
estrechó relaciones de amistad con otros grandes matemáticos, entre los cuales
figuraba Eratóstenes, con el que mantuvo siempre correspondencia, incluso después
de su regreso a Sicilia. A Eratóstenes dedicó Arquímedes su Método, en el que
expuso su genial aplicación de la mecánica a la geometría, en la que «pesaba»
imaginariamente áreas y volúmenes desconocidos para determinar su valor.
Regresó luego a Siracusa, donde se dedicó de lleno al trabajo científico. Al
parecer, más tarde volvió a Egipto durante algún tiempo como
"ingeniero" de Tolomeo, y diseñó allí su primer gran invento, la
"coclea", una especie de máquina que servía para elevar las aguas y
regar de este modo regiones a las que no llegaba la inundación del Nilo. Pero
su actividad madura de científico se desenvolvió por completo en Siracusa,
donde gozaba del favor del tirano Hierón II. Allí alternó inventos mecánicos
con estudios de mecánica teórica y de altas matemáticas, imprimiendo siempre en
ellos su espíritu característico, maravillosa fusión de atrevimiento intuitivo
y de rigor metódico. Sus inventos mecánicos son muchos, y más aún los que le
atribuyó la leyenda (entre estos últimos debemos rechazar el de los espejos
ustorios, inmensos espejos con los que habría incendiado la flota romana que
sitiaba Siracusa); pero son históricas, además de la "coclea",
numerosas máquinas de guerra destinadas a la defensa militar de la ciudad, así
como una "esfera", grande e ingenioso planetario mecánico que, tras
la toma de Siracusa, fue llevado a Roma como botín de guerra, y allí lo vieron
todavía Cicerón y quizás Ovidio. La biografía de Arquímedes está más poblada de
anécdotas sabrosas que de hechos como los anteriormente relatados. En torno a
él tejieron la trama de una figura legendaria primero sus conciudadanos y los
romanos, después los escritores antiguos y por último los árabes; ya Plutarco
atribuyó una «inteligencia sobrehumana» a este gran matemático e ingeniero. La
más divulgada de estas anécdotas la relata Vitruvio y se refiere al método que
utilizó para comprobar si existió fraude en la confección de una corona de oro
encargada por Hierón II, tirano de Siracusa y protector de Arquímedes, y quizás
incluso pariente suyo. Se cuenta que el tirano, sospechando que el joyero le
había engañado poniendo plata en el interior de la corona, pidió a Arquímedes
que determinase los metales de que estaba compuesta sin romperla. Arquímedes
meditó largo tiempo en el difícil problema, hasta que un día, hallándose en un
establecimiento de baños, advirtió que el agua se desbordaba de la bañera a
medida que se iba introduciendo en ella. Esta observación le inspiró la idea
que le permitió resolver la cuestión que le planteó el tirano: si sumergía la
corona en un recipiente lleno hasta el borde y medía el agua que se desbordaba,
conocería su volumen; luego podría comparar el volumen de la corona con el
volumen de un objeto de oro del mismo peso y comprobar si eran iguales. Se
cuenta que, impulsado por la alegría, Arquímedes corrió desnudo por las calles
de Siracusa hacia su casa gritando «Eureka! Eureka!», es decir, «¡Lo encontré!
¡Lo encontré!». La idea de Arquímedes está reflejada en una de las
proposiciones iniciales de su obra Sobre los cuerpos flotantes, pionera de la
hidrostática, que sería estudiada cuidadosamente por los fundadores de la
ciencia moderna, entre ellos Galileo. Corresponde al famoso principio de
Arquímedes (todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un empuje hacia
arriba igual al peso del volumen de agua que desaloja), y, como allí se
explica, haciendo uso de él es posible calcular la ley de una aleación, lo cual
le permitió descubrir que el orfebre había cometido fraude. Según otra anécdota
famosa, recogida entre otros por Plutarco, Arquímedes se hallaba tan entusiasmado
por la potencia que conseguía obtener con sus máquinas, capaces de levantar
grandes pesos con esfuerzo relativamente pequeño, que aseguró al tirano que, si
le daban un punto de apoyo, conseguiría mover la Tierra; se cree que, exhortado
por el rey a que pusiera en práctica su aseveración, logró sin esfuerzo
aparente, mediante un complicado sistema de poleas, poner en movimiento un
navío de tres mástiles con su carga. Análoga concentración mental y abstracción
en la meditación demuestra el episodio de su muerte. Según se dice, los
ingenios bélicos cuya paternidad le atribuye la tradición permitieron a
Siracusa resistir tres años el asedio romano, antes de caer en manos de las
tropas de Marcelo. Mientras saqueaban Siracusa los soldados de Marcelo, que al
fin habían conseguido expugnar la ciudad, el viejo matemático estaba meditando,
olvidado de todo, en sus problemas de geometría. Sorprendido por un soldado que
le preguntó quién era, Arquímedes no le respondió, o, según otra versión, le
respondió irritado que no le molestara ni le estropeara los dibujos que había
trazado en la arena; y el soldado, encolerizado, lo mató. Marcelo se
entristeció mucho al saberlo y mandó que le levantaran un monumento, sacando su
figura del tratado Sobre la esfera y del cilindro. Cicerón reconoció por esta
figura, muchos años más tarde, su tumba olvidada. Esta pasión de Arquímedes por
la erudición, que le causó la muerte, fue también la que, en vida, se dice que
hizo que se olvidara hasta de comer y que soliera entretenerse trazando dibujos
geométricos en las cenizas del hogar o incluso, al ungirse, en los aceites que
cubrían su piel. Esta imagen contrasta con la del inventor de máquinas de
guerra del que hablan Polibio y Tito Livio; pero, como señala Plutarco, su
interés por esa maquinaria estribó únicamente en el hecho de que planteó su
diseño como mero entretenimiento intelectual. El esfuerzo de Arquímedes por
convertir la estática en un cuerpo doctrinal riguroso es comparable al
realizado por Euclides con el mismo propósito respecto a la geometría. Tal
esfuerzo se refleja de modo especial en dos de sus libros; en el primero de
ellos, Equilibrios planos, fundamentó la ley de la palanca, deduciéndola a
partir de un número reducido de postulados, y determinó el centro de gravedad
de paralelogramos, triángulos, trapecios y el de un segmento de parábola. En la
obra Sobre la esfera y el cilindro utilizó el método denominado de exhaustión,
precedente del cálculo integral, para determinar la superficie de una esfera y
para establecer la relación entre una esfera y el cilindro circunscrito en
ella. Este último resultado pasó por ser su teorema favorito, que por expreso
deseo suyo se grabó sobre su tumba, hecho gracias al cual Cicerón pudo
recuperar la figura de Arquímedes cuando ésta había sido ya olvidada.
Descartes
(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y
matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del
apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del
Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el
siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna. El primero de los ismos
filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se
propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la
base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su «duda
metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin embargo, al igual
que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas. René Descartes
se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de
los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en
atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo
tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la turbulenta
juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su
cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en
toda la ideología filosófica del sabio. El programa de estudios propio de aquel
colegio (según diversos testimonios, entre los que figura el del mismo
Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional
enseñanza de las artes liberales, a la cual se añadían nociones de teología y
ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun
cuando el programa propiamente dicho debía de resultar más bien ligero y
orientado en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar sabios,
sino hombres preparados para las elevadas misiones políticas a que su rango les
permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían completarlos por
su cuenta mediante lecturas personales. Años después, Descartes criticaría
amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible, sin embargo, que
su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como
de la natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo
sometido a una disciplina, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido
en relación con sus posibles ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras
su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado
en derecho por la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió
hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de
Nassau. En 1619 se enroló en las filas del duque de Baviera. Según relataría el
propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese
año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de
Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y lejos de cualquier
relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos. En tal lugar, y
tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases sobre las
cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio
del cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche del 10
de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su método y
conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia. Tras renunciar
a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a
Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una vida
independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego en
París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época. En 1628
decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas
gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por una relativa
libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más favorable
para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado, y
residió allí hasta 1649. Los cinco primeros años los dedicó principalmente a
elaborar su propio sistema del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo
humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto
de metafísica y física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia
de la condena de Galileo le asustó, puesto que también Descartes sostenía en
aquella obra el movimiento de la Tierra, opinión que no creía censurable desde
el punto de vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener teorías
condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente. En 1637
apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos
científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los
descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor
una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un diluvio
de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida. Descartes
proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los
conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era
una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales
cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la
propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo».
Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su
escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias
de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas». El método
cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas,
consiste en descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más
sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas simples, que se
presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir de ellas, por
síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación
establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos
científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías
físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una
especificación de su método para las matemáticas. Los fundamentos de su física
mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los cuerpos
materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas
(1641), donde desarrolló su demostración de la existencia y la perfección de
Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso
del método. El mecanicismo radical de las teorías físicas de Descartes, sin
embargo, determinó que fuesen superadas más adelante. Conforme crecía su fama y
la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de
persecución religiosa por parte de algunas autoridades académicas y
eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas en medio de
discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas
acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante
la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la
filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).
Euler

(Basilea,
Suiza, 1707 - San Petersburgo, 1783) Matemático suizo. Las facultades que desde
temprana edad demostró para las matemáticas pronto le ganaron la estima del
patriarca de los Bernoulli, Johann, uno de los más eminentes matemáticos de su
tiempo y profesor de Euler en la Universidad de Basilea. Tras graduarse en
dicha institución en 1723, cuatro años más tarde fue invitado personalmente por
Catalina I para convertirse en asociado de la Academia de Ciencias de San
Petersburgo, donde coincidió con otro miembro de la familia Bernoulli, Daniel,
a quien en 1733 relevó en la cátedra de matemáticas. A causa de su extrema
dedicación al trabajo, dos años más tarde perdió la visión del ojo derecho,
hecho que no afectó ni a la calidad ni al número de sus hallazgos. Hasta 1741,
año en que por invitación de Federico el Grande se trasladó a la Academia de Berlín,
refinó los métodos y las formas del cálculo integral (no sólo gracias a
resultados novedosos, sino también a un cambio en los habituales métodos de
demostración geométricos, que sustituyó por métodos algebraicos), que convirtió
en una herramienta de fácil aplicación a problemas de física. Con ello
configuró en buena parte las matemáticas aplicadas de la centuria siguiente (a
las que contribuiría luego con otros resultados destacados en el campo de la
teoría de las ecuaciones diferenciales lineales), además de desarrollar la
teoría de las funciones trigonométricas y logarítmicas (introduciendo de paso
la notación e para definir la base de los logaritmos naturales). En 1748
publicó la obra Introductio in analysim infinitorum, en la que expuso el
concepto de función en el marco del análisis matemático, campo en el que así
mismo contribuyó de forma decisiva con resultados como el teorema sobre las
funciones homogéneas y la teoría de la convergencia. En el ámbito de la
geometría desarrolló conceptos básicos como los del ortocentro, el circuncentro
y el baricentro de un triángulo, y revolucionó el tratamiento de las funciones
trigonométricas al adoptar ratios numéricos y relacionarlos con los números
complejos mediante la denominada identidad de Euler; a él se debe la moderna
tendencia a representar cuestiones matemáticas y físicas en términos
aritméticos. En el terreno del álgebra obtuvo así mismo resultados destacados,
como el de la reducción de una ecuación cúbica a una bicuadrada y el de la
determinación de la constante que lleva su nombre. A lo largo de sus
innumerables obras, tratados y publicaciones introdujo gran número de nuevas
técnicas y contribuyó sustancialmente a la moderna notación matemática de
conceptos como función, suma de los divisores de un número y expresión del
número imaginario raíz de menos uno. También se ocupó de la teoría de números,
campo en el cual su mayor aportación fue la ley de la reciprocidad cuadrática,
enunciada en 1783. A raíz de ciertas tensiones con su patrón Federico el
Grande, regresó nuevamente a Rusia en 1766, donde al poco de llegar perdió la
visión del otro ojo. A pesar de ello, su memoria privilegiada y su prodigiosa
capacidad para el tratamiento computacional de los problemas le permitieron
continuar su actividad científica; así, entre 1768 y 1772 escribió sus Lettres
à une princesse d'Allemagne, en las que expuso concisa y claramente los
principios básicos de la mecánica, la óptica, la acústica y la astrofísica de
su tiempo. De sus trabajos sobre mecánica destacan, entre los dedicados a la
mecánica de fluidos, la formulación de las ecuaciones que rigen su movimiento y
su estudio sobre la presión de una corriente líquida, y, en relación a la
mecánica celeste, el desarrollo de una solución parcial al problema de los tres
cuerpos -resultado de su interés por perfeccionar la teoría del movimiento
lunar-, así como la determinación precisa del centro de las órbitas elípticas
planetarias, que identificó con el centro de la masa solar. Tras su muerte, se
inició un ambicioso proyecto para publicar la totalidad de su obra científica,
compuesta por más de ochocientos tratados, lo cual lo convierte en el
matemático más prolífico de la historia.
En
tiempos legendarios, Samos fue un centro griego de adoración a Hera, reina del
cielo, legítima y celosa mujer de Zeus.
En aquellos tiempos, hacia el año 580 a.C, nació en Samos el primer genio y fundador de la matemática
griega, Pitágoras. Durante su época, el tirano de policrates se apodero de la
isla
Cuenta la tradición que Pitágoras antes de escapar enseñaba escondido en una pequeña cueva blanca
en las montañas
Samos
es una isla mágica. El aire está impregnado de mar, árboles y música. La playa
donde el intelectual se convertía en mago, Pitágoras enseñaba sus
seguidores que la naturaleza está regida
por números. Existe una armonía en la naturaleza, decía, unidad en su variedad
y tiene un lenguaje: los números son el lenguaje de la naturaleza. Pitágoras
encontró una relación básica entre la armonía musical y la matemática.
Pitágoras
demostró un teorema general: no solo para el triángulo egipcio de proporciones
3, 4, 5, o cualquier triangulo babilónico, sino para todo triangulo que
contenga un ángulo recto. Demostró que el cuadrado de la hipotenusa es igual a
la suma de los cuadrados de los catetos.
Por
ejemplo: los lado tres, cuatro y cinco forman un triángulo rectángulo porque:
3^2+4^2=5^2
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